Un adiós al profesor Adolfo Figueroa
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Un amigo me avisó de la triste noticia hace unas horas, el profesor Adolfo Figueroa nos ha dejado. Desde entonces me ha embargado una fuerte pena para la cual solo he encontrado consuelo en el recuerdo de haberle conocido y aprendido de él. Supe del profesor Adolfo por primera vez el 2012 a través de una de sus obras, La Sociedad Sigma, uno de los libros de base sobre epistemología y teoría económica escritos en Perú, el cual el profesor Hugo Sánchez nos encargó leer como parte del curso de Economía General I en nuestro primero año en San Marcos. Posteriormente volví a encontrarme con sus escritos en diferentes años a partir de lecturas como las que los profesores Eloy Ávalos y Juan Cisneros nos encargaban para la clase. A través de esas obras iba conociendo a uno de los pocos intelectuales sanmarquinos y peruanos que se atrevían a teorizar sobre nuestra sociedad con agudeza científica y gran rigor metodológico.
A inicios del 2014, ya como representante en el Tercio Estudiantil, lo invité a dictar una conferencia en San Marcos como parte del ciclo de eventos que me encargaba de coordinar para acercar a los estudiantes con economistas destacados y sus investigaciones. Grata fue mi sorpresa al recibir su amable respuesta y su propuesta de iniciar un círculo de estudios del cual me encargaría de coordinar. De acuerdo con él, las conferencias no eran el mejor espacio para “destronar el paradigma actual” sino más bien los talleres voluntarios de estudiantes realmente comprometidos en “aprender le economía como ciencia”. Así, después de una convocatoria abierta, organicé junto a un grupo de destacados compañeros un círculo 100% gratuito dirigido por el profesor y orientado a estudiar en detalle una de sus últimas obras de ese entonces, la cual se publicaría luego bajo el título de “Growth, Employment, Inequality and The Environment. Unity Of Knowledge In Economics”. Nuestro círculo se desarrolló en el local de la PUCP y durante los meses que duró, a la par que discutíamos y debatíamos en un ambiente de mucha disciplina intelectual, también nos dábamos cuenta de lo afortunados que éramos de contar con un académico de su nivel, comprometido en apoyar desinteresadamente a la formación de jóvenes economistas. Junto a él no había espacio para el dogma, sino para la reflexión crítica en pro del “progreso científico”. No éramos el primero ni el último de los círculos que el profesor se animaría a dirigir durante su vida, pero nos sentíamos afortunados de poder reunirnos con él y de seguir aprendiendo fuera de nuestras clases regulares de la universidad.
Terminado el taller mantuve contacto con el profesor, quien regularmente me enviaba sus últimas publicaciones para poder leerlas y enviarle preguntas y críticas que ayuden a mejorar su presentación. Así pasaron varios años de comunicación por correo electrónico, la cual a veces se trasladaba a las instalaciones de El Bolivariano en Pueblo Libre en el que las tertulias se disfrutaban alrededor de unas buenas butifarras y un buen Pisco —como él acostumbraba. Aunque formalmente el profesor Adolfo nunca fue mi profesor (enseñaba en la PUCP y no en San Marcos), puedo decir que fue el profesor del cual más aprendí y a quien con gusto puedo considerar como un maestro. Él no solo lograba hacernos interesar cada vez más por la Economía a aquellos que llegamos a esa ciencia casi por casualidad, sino también lograba inspirarnos a seguir una carrera académica para contribuir a entender un país y una sociedad que apenas empezaba a estudiarse en su real dimensión y con las complejidades que el proceso histórico había dispuesto.
Con el profesor Adolfo no solo se podía conversar de economía sino también de política, literatura y hasta de amores —todo ello además con la profundidad de aquellas charlas que uno quiere que nunca terminen. Aunque cada conversación con él demandaba orden y rigurosidad, siempre se podía encontrar en él también a un persona humilde y abierta al diálogo y a enseñar a los demás. Durante estos años también fue un gusto verlo de vez en cuando en mi facultad—invitado por otros estudiantes o por un grupo de profesores que en su momento también fueron sus alumnos—, cuando se animaba a dar alguna charla y a encender mentes para “hacer ciencia económica”. Su tarea de compartir su conocimiento no se limitó a una sola generación de estudiantes ni a una sola casa de estudios y es esa quizás una de las razones del cariño y respeto que se ganó entre todos los que lo conocían o sabían de él. Asimismo, su amplia producción académica en distribución del ingreso, economía rural y teoría económica —clave para todo aquel que quiera dedicarse a esos temas—, son parte del legado que deja y que debe ser mejorado y superado por nuevas generaciones, como seguro a él le hubiese gustado. Ese quizás sea el mejor homenaje que le podamos hacer a quien en vida fue un economista apasionado por su ciencia, un gran maestro, un entrañable amigo y un buen ser humano.